Afuera hay frío: es una guerra | Por Marcos Cáceres
Opinión SociedadPor

A mediados de siglo veinte, se inicia, o mejor, nos damos por enterado, de la hoy conocida guerra fría. Ya no correrá sangre, se dice, pero se sobreexplotaran los recursos (y los humanos), esto último no se dice, se demuestra. Y el campo de guerra fue un discurso, tal vez, el mismo de siempre ¿Blancos o negros?
¿Lo importante? Quién llegaba primero a la luna, para imponerse como nación bélica. Quién tenía los mejores resultados en olimpiadas, para imponerse como país competitivo. Quién lograba primero un descubrimiento o avance volcados a la salud humana, pero no para remediar ésta, sino para patentar y comerciar.
A fin de cuentas, los recursos de toda nación periférica, y también de las centrales, de Rusia y EEUU, eran conducidos y dirigidos a culminar una explosión mediática: que el mundo se enterase: Quiénes eran los fuertes, y por defecto, dónde estaban ¿o están? los débiles.
Entre tanto Argentina recibía los elogios de Inglaterra por ser el granero del mundo y el modelo agroexportador por excelencia. Mano de obra esclava para la cosecha y a enriquecer a nuestros terratenientes con la comercialización exterior ¿Era así? ¿O habíamos entrado en la polarización de las potencias? ¿Estaban nuestros conductores haciéndoles el juego a los más bárbaros que dicen ser civilizados?

La cosa no quedó ahí. La guerra posta, la sangre derramada, seguía escurriendo, sólo que no había coágulos Yankees ni Rusos acudiendo a las naciones fragmentadas: como el caso de las dos coreas, terreno y campo de batalla de las potencias. Entre tanto, Argentina la sacó barata. Tampoco para relajar, pero no era lo mismo, nosotros contábamos con innumerables miserias humanas, que de andariegas caminaban entre el desierto del interior del país y la metrópolis federal, que se consolidaba con el soporte de muchos, y eran los menos retribuidos a pesar de ser los más golpeados: Sí, esos mismos, los que hoy devinieron más, menos, en los sectores plenamente vulnerables.
Así fue y sigue siendo. Guerra para no manchar el suelo, el propio, por supuesto, en el de los otros sí, en el de los diferentes, que se derrame. De ser posible lo agriete: que haya sur y norte de un mismo territorio. Que haya lo que tenga que haber para que los débiles no interrumpan su labor: trabajar dividiendo para los de afuera: trabajar viviendo para los de afuera. Que en su espalda crujan los privilegios de unos pocos. Que en ellas se rompa silencioso el cinismo de los que buscaron ésto: hacer pasar por fría una guerra llena de furia. Sin embargo, hay que estar atentos. Que la rabia no se ha terminado. Los perros aún, no han mostrado los dientes.
Marcos Cáceres (28 años). Reside en Sáenz Peña Chaco. Estudiante de narrativa, periodista independiente, lector aficionado.