Para explicar las medidas anti-crisis, Macri visitó a una familia común
Editorial Nacionales Política
Ya ni siquiera se trata de buscar un golpe de efecto. Es desesperación en estado puro. La síntesis cinematográfica de un gobierno que hizo de la ficción su principal recurso, y que desde una pantalla ahora muestra sus costuras y dejavús y la magnitud cada vez más sonora de su fracaso.
El video que viralizó este miércoles Presidencia de la Nación era innecesario. Un manotazo de ahogado es un manotazo de ahogado. O tal vez Macri sintió la obligación moral de pedirle perdón a esa mujer a la que ya había visitado el año pasado, y no supo cómo.
Macri pasó de compartir un plato de milanesas mientras prometía que el esfuerzo de cada uno se iba a ver recompensado, a intentar explicar un congelamiento de precios y tarifas sostenido con alfileres, pero el laburante que va recortando gastos hasta que sólo puede pagar la comida y los servicios básicos ya lo sabe; el jubilado y el docente lo saben.
La cara de Mauricio Macri es para alquilar balcones. Ya no ríe. Es todo estupor e incredulidad. Ya no disfruta de ser el CEO del país. Y pensar que hace nada se mostraba indulgente con las idas y vueltas de su política económica; hoy, resignado, balbucea en ese argot cheto, con una papa en la boca, que los verdaderos cambios, los de fondo, los estructurales, van a dar resultado. Ni él lo cree.
En los últimos meses Macri se fue al diablo, perdió las formas. Hasta acusó a su propio padre, que acababa de morir, de formar parte de una trama de corrupción (quizás haya habido en eso una secreta satisfacción). Y si bien, como buen agente de la clase que representa, durante su estadía en La Rosada favoreció a los bancos con ganancias extraordinarias, le condonó una deuda de 70 mil millones a su propia empresa y ordenó la mayor transferencia de recursos de los sectores asalariados a las grandes empresas y al sistema especulativo, no se va contento.
La Historia lo mentará como el oligarca que pasó por la gestión para beneficiar a sus empresas y las de sus amigos, y endeudó al país por cien años, y él envejecerá sintiendo que ni siendo presidente pudo alcanzar las febriles expectativas de su padre, quien durante sus últimos años ni siquiera comprendió cuál de sus herederos era presidente, y presidente de qué.