La teoría del caos

Opinión Política Provinciales

Por Cristian Muriel

Jorge Capitanich es un gran dirigente. Su trayectoria política lo ubica entre la media docena de personas que han hecho mérito a lo largo de su vida política para estar en la consideración de los argentinos y argentinas -y de las corpos política, mediática, judicial y financiera- para conducir el país. Por mucho, muchísimo menos, tipos como Mauricio Macri han sido jefes de Estado, y tipos como Sergio Massa han querido serlo.

Pero, ¿se puede ser un potencial presidente y estar más cerca de lo que se piensa de perder la provincia? Es una pregunta que me hago no como un observador neutral sino como un tipo que votó a Capitanich cada vez que fue candidato a algo. Es decir, alguien que no quiere que se entregue por zonzeras, pero que presencia, atónito, la agonía de un proyecto.

Y es que Capitanich, más allá de los índices de la gestión y de la jactancia de algunos funcionarios en torno a ellos, ha perdido el contacto con la gente.

Para amortizar esa falencia, ahora que el marketing recomienda superar la grieta con la “política de la cercanía”, las fotos promocionales, llenas de selfies y calor humano, nos cuentan la historia de un pueblo que abraza al hombre que le hizo realidad el sueño del pavimento propio. Ese constructo intenta sobreescribir escenas de apatía, o incluso de malhumor, que se repiten en los pueblos. No sé si se acabó el amor, pero algo se rompió. El corazón se vació de contenido, de militancia, de mística.

Por suerte la oposición, enancada en el odio anti-K, no sabe para dónde ir, y encima tiene a dos ñatos peleándose por una candidatura que debiera estar resuelta hace meses, pero que la ambición del caudillo en retirada, que no quiere ser sepultado por la Historia, cambió por un “arbitraje” de opereta en el que las órdenes las terminará dictando una consultora porteña.

Todos los escenarios están abiertos de cara a septiembre. La segunda vuelta es uno de ellos, porque también el oficialismo tiene una interna áspera, llamada a romper o por izquierda o por derecha.

Por eso la presentación del lunes pasado de la lista del “coquismo” para renovar autoridades partidarias en el PJ provincial, cuyos mandatos vencen el próximo 26 de marzo, no fue un hecho menor. De la nómina para el Consejo Provincial desapareció Eli Cuesta, actual vicepresidenta del partido. No hay gustavistas ni peppistas. ¿Buen dato? ¿Mal dato? Depende del dirigente consultado. Por supuesto, todos desconfían.

Al margen de las torpezas, como haber pretendido incluir como Secretario de Finanzas del partido al ministro Pérez Pons sin chequear primero si estaba afiliado al PJ, y al margen de que al menos habría habido “consenso” en la nómina de congresales provinciales, la unidad parece más difícil que en 2021, y la diáspora de sellos que cosechaban sus entre seis mil y doce mil votitos está a pleno. El bueno de Raúl Bittel ya no sabe con qué cara decirles “los necesitamos a todos adentro”.

Y a nivel distrital las cosas no fueron mejores.

No se trata sólo de mezquindades; de funcionarios que, concentrados en armarle camándulas a sus rivales, descuidan su rol y no atienden a la gente. Los lamentables hechos de Misión Nueva Pompeya, anticipados hasta por la oposición, son la demostración de que con soberbia no se puede gobernar ni gestionar nada. La explotación pueril de pequeños rinconcitos de poder, como la famosa mariposa que bate sus alas en Pekín, ya empezó a desatar huracanes en la otra punta del mapa.