5 de octubre de 2023

Kursk y Brics: dos dimensiones de un mismo proceso

Internacionales Opinión Política

Por Hernando Kleimans

Ochenta años atrás, el Ejército Rojo enfrentaba la última gran ofensiva alemana en el frente oriental que culminó en la apabullante derrota de la maquinaria bélica nazi, respaldada por la coalición de toda la Europa sojuzgada por el hitlerismo.

El significado estratégico de esa victoria en la batalla del Arco de Kursk fue el cambio de la geopolítica mundial y la aparición, definitivamente, de la Unión Soviética como fundamental jugador del nuevo orden planetario, plasmado dos años después en la creación de la Organización de Naciones Unidas. Quizás no todos recuerden que “Naciones Unidas” es el nombre que recibió la alianza antinazi de estados.

También acarreó el contundente colapso de la campaña mediática nazi, que proclamaba la irrefutable victoria de su campaña contra el “sangriento bolchevismo” y los “salvajes rusos” y la instauración de un dominio “civilizado” sobre las grandes estepas del gigante euroasiático, convenientemente desmembrado.

El aplastante triunfo de los tanques rusos “T-34” y “KV” sobre los “Panteras”, “Tigres” y “Tigres reales” alemanes fue algo más que la victoria en Projorovka, la batalla de blindados más grande de la historia, con la participación de miles de tanques. Los implacables “Il-2”, aviones blindados de asalto soviéticos bautizados como la “muerte negra” por las tropas alemanas o los veloces cazas “La-5”o “Iak-7” se apoderaron del espacio aéreo y no lo dejaron hasta colgar la bandera roja sobre las cúpulas del Reichstag, en mayo de 1945.

Fue la afirmación de la supremacía industrial soviética sobre la producción de los países vasallos de Alemania. La demostración de que la economía de la URSS no sólo había sobrevivido a la brutal y artera agresión nazi de 1941, sino que había alcanzado un nuevo grado de desarrollo en los Urales y en Siberia, sin depender de las regiones industriales, temporalmente ocupadas por la Wehrmacht en los primeros meses de la guerra. Esa solitaria epopeya del pueblo soviético costó casi 30 millones de vidas. Aunque la gran mayoría de muertos fue rusa, todos los pueblos de la Unión Soviética, incluyendo los ucranianos, tuvieron que sufrir la pérdida. No hay familia rusa o exsoviética que no memore algún ser querido caído en la Gran Guerra Patria.

En el plano internacional, la Unión Soviética se convirtió en uno de los “4 grandes” junto con Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, que habían de regir los destinos de la humanidad durante muchos decenios. Pero también su triunfo significó el derrumbe de los intentos occidentales por derrotar militarmente la URSS o imponerle un asfixiante y arbitrario bloqueo económico al estilo del que después se les impuso a Cuba, Irán o Venezuela.

Tuvieron que pasar algunos años hasta que en 1949 surgiera la Organización del Tratado del Atlántico Norte, como ariete bélico destinado a enfrentar a Moscú. La misma OTAN que probó sus músculos en la guerra de Corea a principios de la década del 50, que luego respaldó la criminal aventura yanqui en Vietnam, que en los 90 destruyó sangrientamente a Yugoslavia, que las primeras décadas del nuevo siglo XXI bombardeó y mató en Irak, Libia y Siria y que hoy pretende no perder esa cualidad de ariete en el intento por proyectarla a todo el mundo, en especial a la confrontación del obsoleto bloque unipolar con China.

Este mundo ha cambiado. Ya no es más el que planearon a su antojo Winston Churchill y Harry Truman. No hay más colonialistas belgas matando a mansalva congoleses. Las flotas inglesa y francesa ya no destruyen el canal de Suez. Los marines no invaden más Panamá o Nicaragua o Guatemala. El Medio Oriente dejó de ser un escenario de títeres sangrientos movidos por los hilos de los bancos ingleses o la Standard Oil. Los países emergentes, un eufemismo que reemplazó a los movimientos de liberación nacional, se ganaron ese derecho con su lucha.

La evidencia más palmaria se está produciendo en las zonas de combate del Donbass. El régimen de Kíev ha lanzado, finalmente, la promocionada contraofensiva. Saturado de armamento suministrado por la OTAN, su intención era romper las defensas rusas en la orilla oriental del río Dniéper, cortar la comunicación terrestre con Crimea y, finalmente, recuperar la región y también Crimea. No lo ha logrado.

El reemplazo de los métodos militares por el terrorismo evidencia la incapacidad del régimen de Kíev para lograr su objetivo. La voladura de la represa de Kajovka, en el curso inferior del Dniéper, obedeció a esa misma política terrorista. La misma que bombardea ciudades rusas fronterizas, la misma que participó en la voladura de los gasoductos “Nord Stream 1 y 2”, la misma que asesinó personalidades políticas rusas.

Esa política del terror nunca, en ninguna parte del mundo, logró imponer sus objetivos por esos medios. El régimen de Kíev tampoco pudo, con ella, borrar los desastres militares.

En la franca y cruda reunión del miércoles con los corresponsales de guerra, el presidente ruso Vladímir Putin caracterizó el resultado de los primeros días de la contraofensiva como “catastrófico”. Hasta un 30% de ese armamento OTAN de última generación fue destruido (“los tanques ‘Leopard’ y los blindados ‘Bradley’ arden muy bien”, dijo) y casi 8000 efectivos de las tropas ucranianas entrenadas en países de la OTAN han muerto en ese mismo lapso.

A poca distancia de los lugares donde se libró la épica batalla del 43, se repite la misma escena. Una defensa sólida que destruye el intento ofensivo y la pérdida de capacidad de combate del ofensor. El agotamiento de las retaguardias proveedoras de equipo por un lado y el fortalecimiento de la potencia económico-militar por el otro.

Entre la batalla del arco de Kursk y la actualidad hay, sin embargo, una diferencia conceptual. Hace ochenta años, la victoria soviética inició la destrucción de la Alemania nazi. Alcanzó sólo para tornar coherente la alianza de las “Naciones Unidas” para el exterminio del nazifascismo. La consolidación de las nuevas organizaciones interregionales como los BRICS o la OCSh y el resurgimiento de otras como la UNASUR o la Liga Árabe, lo reitero, han cambiado la correlación de fuerzas internacionales.

En la prolongada reunión con los corresponsales de guerra, Putin subrayó que “los Estados Unidos no tienen aliados. Tienen vasallos”. Por eso mismo el bloque unipolar es impotente para cambiar esa correlación. Pese a las grandes presiones de Washington, la OPEP+ no modifica sus pautas de producción mundial de petróleo y los países emergentes evaden las sanciones del bloque unipolar logrando, de tal modo, profundizar su cooperación. Surgen nuevas formas, independientes, de articular el crecimiento económico de estos estados. Los clásicos organismos internacionales, tradicionalmente instruidos en la defensa de los intereses de ese bloque unipolar, comienzan a perder sus hegemonías y a ser reemplazados por nuevas líneas operativas comerciales y financieras, por nuevas definiciones del derecho internacional.

Los axiomas fundacionales del peronismo: “independencia económica, soberanía política y justicia social”, podrían ser las bases de estas nuevas definiciones. Conforman los objetivos comunes a la gran mayoría de países que, en estas nuevas organizaciones buscan su realización como naciones de pleno derecho. Sólo queda excluido el bloque unipolar, atado a su política de saqueo y represiones.

La XV cumbre de los BRICS en Johannesburgo, en agosto próximo, puede ser la última donde el Grupo esté integrado sólo por cinco miembros: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. La reunión determinará las condiciones para el ingreso de nuevos postulantes, que en realidad forman fila para adherirse. Entre los primeros figura la Argentina. Junto con ella Irán, Arabia Saudita, Egipto, Venezuela, Indonesia, Turquía, Nigeria, Etiopía, Pakistán, Bangladesh, México, Tailandia, Nicaragua, Siria, Kazajstán, Belarús, Emiratos Árabes Unidos, Malaysia, Túnez, Bahrein…

En Sudáfrica funcionará por primera vez el foro “Amigos de los BRICS”, en el que ya se han inscripto 30 países. Es posible que el primer paso para la ampliación del grupo sea una “BRICS+” a semejanza de la OPEP+. Es la misma probabilidad que está puesta sobre la mesa para los países exportadores de gas o los exportadores de cereales. Cada uno de ellos tiende a tener su símil y, de esta manera, tal como lo hace la OPEP+, definir las condiciones del mercado por encima de las grandes trasnacionales y de los imperativos imperiales.

Es realmente impresionante la perspectiva que se abre para el fortalecimiento de las nuevas relaciones internacionales con el surgimiento de estas formaciones interregionales. Un primer análisis evidencia la superior incidencia de esta nueva correlación de fuerzas en las definiciones políticas y económicas mundiales. Además del “G-7”, obviamente superado en influencia por los ampliados BRICS, se vislumbra la deriva del “G-20” hacia un espacio realmente empeñado en desarticular las asimetrías económicas y de desarrollo. La propia ONU debe replantear su papel ecuménico incorporando los países líderes de las nuevas alianzas interregionales o estas mismas al plano de las decisiones fundamentales. ¿Por qué la UNASUR o la Unión Africana o la Liga Árabe o la ANSEAN o los propios BRICS no pueden formar parte del Consejo de Seguridad o tener voto calificado en organizaciones como el FMI, la OMC o la OMS?

Sin mencionar que tanto la OCSh como los BRICS han instrumentado sus propias estructuras financieras. El Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, ahora presidido por Dilma Rousseff, sin dudas elevará su estatus con la participación de los principales países exportadores de commodities del mundo tanto energéticas como agrícolas. En especial en el contexto de suplantación del dólar como divisa universal, reemplazándolo por monedas “fuertes”, con respaldo real como el yuan o el propio rublo. Además, los BRICS hablan cada

vez más de introducir su propia moneda para las liquidaciones en el comercio mutuo (según las estimaciones, en el futuro el giro comercial BRICS puede representar una cuarta parte de todo el comercio mundial).

Por supuesto, el nivel de coordinación (sin mencionar la integración) entre los cinco miembros BRICS actuales todavía está considerablemente por debajo del poder de dominio económico que exhibe el G7 occidental, pero los BRICS se crearon como una alternativa al proyecto occidental de globalización. No podría ser conformado por un propietario principal y clientes menores (sin mencionar el hecho de que seis de los siete países de los “Siete” pertenecen, de hecho, a una misma civilización, la occidental, en tanto que los cinco actuales miembros de los BRICS pertenecen a culturas completamente diferentes).

Rusia y Ucrania no son los protagonistas principales del conflicto en el Donbass. Ya está claro que la confrontación abierta es entre el bloque unipolar y el nuevo mundo multipolar. Este enfrentamiento se ha convertido en la principal contradicción antagónica de la actualidad. La globalización económica y la imposición política neoliberal impulsada por el bloque unipolar y expresada en sanciones y provocaciones bélicas, derivó en el intento de imponer el dictado autoritario y totalitario, refractario al funcionamiento de diversas modalidades democráticas, solidarias, autónomas y autosuficientes.

El reciente pedido del presidente francés Emmanuel Macron a su colega sudafricano Cyril Ramaphosa para que lo autorice a asistir a la cumbre BRICS en agosto, es la mayor evidencia del fracaso de ese bloque. La respuesta de Ramaphosa, de dejar la solicitud a consideración de sus pares del Grupo, también da una idea del poderío BRICS…

Ahora, tras el estallido de este conflicto abierto entre la parte obsoleta y la parte en desarrollo de esa contradicción antagónica, la acción de estos nuevos agrupamientos se convierte en una tendencia irreversible hacia la confirmación del nuevo orden mundial. Con litigios internos, con asperezas y frustraciones, como corresponde a todo parto. No hay variantes, como no las hubo hace ochenta años a partir de Kursk.

En ese plano y para lograr la diferenciación final con aquella batalla, el despliegue de los nuevos BRICS no deja alternatíva: no sólo deberán expandirse, sino convertirse en una plataforma para desarrollar una nueva versión de la globalización basada en la construcción de lazos horizontales dentro del mundo “emergente”, convertirse en la base para la consagración de ese nuevo orden mundial.

Para países como nuestra Patria, definir su ubicación dentro de esta confrontación es, sin duda, el punto crítico…

Télam.