También le ocurrió a Rivadavia
Opinión SociedadPor Mónica Persoglia
Luego de una acalorada discusión que tuvo con los altos mandos del ejército y autoridades del país en su despacho, resolvió poner fin a la reunión, quedó acalorado y no estaba confundido, estaba enfurecido, mientras caminaba desde una punta a otra de la habitación con las manos tomada detrás de la espalda en un puño.
Se sentó en su escritorio, tomó su pluma, lo mojo en el frasco de tinta negra y comenzó a escribir una carta a uno de ellos expresándole todo lo que pensaba de la situación hacía alusión despectiva a las conductas y hasta dejaba entrever una leve amenaza, luego terminó con un frio saludo protocolar, firmó, lo puso en el sobre y lo lacró guardándolo en el segundo cajón de su escritorio.
Pasaron los días, pasó un mes, pasó dos meses y debían reunirse a los 20 días. Rivadavia casi en un reflejo abrió el segundo cajón y encuentra el sobre que no lo había enviado y entonces lo abrió, lo releyó y recuerda en el momento que lo hizo, se sobresaltó porque su visión tras el enojo era totalmente distorsionada a lo que había ocurrido, a las medidas que había tomado y a sus resultados. Se alegró de no haber enviado esa misiva y decidió no escribir sobre un estado emocional.
Eso ocurre con frecuencia. Tras una bronca, una pelea, un desacuerdo, un pensamiento o un punto de vista diferente, pueden llevar a reaccionar de la misma manera en la que lo hizo Rivadavia y pueden publicar entonces ahora por E-mail o por las redes un pensamiento exacerbado del sentimiento de ese momento como si vieran con lentes oscuros.
Mientras quizás la realidad es dinámica y estén trabajando en reparar, modificar, excluir las situaciones, aunque siempre necesitan un tiempo o se produce un cambio inesperado.
Pero el alterado en su insana ansiedad comete el error del insulto que luego deja huellas, al no permitir el diálogo siempre silenciará un acuerdo.
NO PERMITAN QUE EL SOL TAPE LOS OJOS.