1 de diciembre de 2023

Ahí lo tenés al pelotudo

Nacionales Opinión Política

Por Cristian Muriel

Los quilombos políticos no son ominosos o insustanciales per se. Si el ethos de la política es aspirar al bien común, todo aquello que se oponga a ese propósito es su negación, pero como los diversos proyectos políticos tienen su propia idea de bien común y de hecho persiguen objetivos antagónicos, al final lo que está bien y lo que está mal es relativo a la escala de valores de cada espacio político. Un escándalo para los marcos mentales del kirchnerismo no es lo mismo que para el cambiemismo o los libertarios, porque más allá de cierto consenso sobre el bien y el mal, las contradicciones tienen que ser intrínsecas a cada proyecto.

Por ejemplo, la venta o trueque de candidaturas por sexo y dinero en La Libertad Avanza, un espacio negacionista que propone la venta de órganos y que dice que todo tiene un precio y ese precio lo fija el mercado, no corre los límites de su propia lógica. La sociedad también tolera los discursos de odio de LLA, su defensa del terrorismo de Estado, el antisemitismo, el pasado de ñoqui de Javier Milei. Vamos, que su símbolo es la motosierra, el “Après nous, le déluge”, como decía Madame de Pompadour.

Ahora bien, la parte de la sociedad que milita, como la candidata a vice de Milei, Victoria Villarruel, la reivindicación de la dictadura genocida, o que banaliza, como su referente en educación, Martín Krause, el Holocausto, es microscópica. Ni Patricia Bullrich adhiere a eso. Pero la parte de la sociedad que milita Memoria, Verdad y Justicia, y la inclusión y el acceso a derechos, también es chiquita. La mayor parte de la sociedad no milita; no cree en ningún proyecto colectivo ni humanista ni de aniquilación. Navega estos quilombos entre la indiferencia y algún repentino espasmo de indignación.

Fernando Vallespín, catedrático español de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, decía hace unos años que “los casos de corrupción cumplen la función catártica de provocar olas de indignación controlada; nos ofrecen chivos expiatorios que sirven para amansar las frustraciones de quienes no pueden realizar en su plenitud el individualismo posesivo”.

Más allá de quienes divulgan con intencionalidad política los quilombos -me refiero a la prensa hegemónica- hay una sociedad que los juzga durante cinco minutos y, aunque sigue fermentando algo indecible en las tripas, cambia de canal. “Todo es pathos, solo que vestido de emocionalidad impostada. Una sentimentalidad construida, porque nos permite ocultar y manipular la realidad, evitar aplicar el logos, la razón”, redondea Vallespín.

El quilombo de Martín Insaurralde, que no se apaga con su renuncia a la jefatura de Gabinete de la Provincia de Buenos Aires, y que tuvo, salvando el abismo entre un caso y otro, el antecedente del caso Cecilia para demostrar que es posible erosionar fuertemente la intención de voto de un candidato si se tira de los hilos correctos, es un buen ejemplo de cómo la escala de valores de cada espacio -el kirchnerismo y el peronismo, en este caso- convierten un hecho menor en una autodemolición.

El candidato a jefe de Gobierno porteño de La Libertad Avanza (LLA) Ramiro Marra, graficó en X la contradicción kirchnerista: “Pensar que fui TT porque los k me criticaron por decir que estaba en contra de Paka Paka. Ahora quiero saber que van a opinar de las vacaciones de lujo del Jefe de Gabinete de la Provincia en Europa”.

Y por supuesto, cebados como están, lo secundaron Jonatan Viale con una sentencia tan periodística como todo lo que hace: “Hijos de puta. Nunca más hablen en nombre de los pobres”, y el candidato a diputado provincial bonaerense por LLA, Martín Romo: “El yate que alquilo Insaurralde se llama “Bandido” y cuesta 12 mil euros por día. Y a vos te ponen contento con el previaje…”.

Pero aparte de salar la herida culposa del kirchnerismo en particular y del progresismo en general, Marra intuyó el conflicto interno dentro del pejostismo de toda la vida: “Increíble, no les jode el robo, les jode que lo hayan descubierto”. Porque para el peronismo el problema no es ético sino doctrinario: “Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”.

Y hay algo que el peronismo tolera aún menos. Como dijo el turco Asís, también en X: “La serie pecaminosa culmina transitoriamente con la paradisiaca aventura mediterránea del riquísimo Don Juan de Lomas con su obsesión patológica por la seducción rentada. Y que es sensualmente deschavado, en efecto, para pegarse una estampilla más grave en el peronismo que la de mala praxis o la de corrupto. La estampilla nefasta de gil”.