La Patria tilingada
Cultura Opinión SociedadPor Ariel Prat
Recuerdo de Zaragoza, allá por el 2000. Yo hacía pie a prepotencia de guitarra y gola en esa ciudad de Aragón que me acogió gratamente aunque todavía no me había afincado en España.
Cantaba a menudo en el antiguo restaurante “Casa Lac”, cuya fundación data de 1825 en la zona de “El tubo” del casco viejo de la ciudad. El público habitual era en su mayoría joven, pero entre el mismo estaba la anciana madre de un desaparecido músico amigo, emblema de la Zaragoza rockera postfranquista; el gran Mauricio Aznar. Inge, la mujer en cuestión, es alemana y siempre ocupaba su mesa con amistades variadas que renovaba por afición a mis canciones. Movilizada y motivada por sus ganas de entrelazar gente noblemente, en una oportunidad me avisó que había invitado a una amiga argentina que residía hace años en Zaragoza, daba por hecho que le iba a encantar escucharme.
Esa noche canté como siempre mi repertorio de entonces, que incluían canciones de entorno barriales, algo de murga y un par de milongas. Guardaba para los bises “Duerme negrito”, comprobando que los chavales aragoneses concebidos en democracia, eran conocedores de don Atahualpa sobre todo y de Mercedes después; su canción de cuna yo les cantaba nada menos y la coreaban conmigo. Lo tomé como un guiño que se transformó en rito de final de concierto. Esa noche en especial, me fui saludando como de costumbre entre las mesas del encantador lugar, y me detuve en la de Inge. Esperaba encontrar allí a la mujer argentina. Para mi sorpresa no estaba y casi subiendo la escalera que llevaba a un camarín improvisado, fue que la noble alemana me comentó turbada que su amiga efectivamente había estado en mi concierto, pero antes de que yo termine le dijo que se iba, que lo que yo cantaba “no era Buenos Aires”, que “Buenos Aires era otra cosa” y un par de comentarios por el estilo.
No me extrañó, no era la primera vez que me cruzaba con compatriotas así, viendo sus comportamientos y gustos ajenos a mi origen social, tampoco yo me sentía representado por lo que ellos en Europa se ocupaban tanto en mostrar con sus pretensiones de ser “diferentes” en la cultura latinoamericana, aquello de venir de la “París del sur”, de la cosmopolita y casi europea ciudad de los Borges, los Cortazar, Gardel o Les Luthiers. A menudo incluso, en “petit comité” de rueda argenta, reírse de los españoles en una especie de logia “perdonavida cultural”.
La absorta amiga alemana fue contándome detalles que la argentina le decía al oído mientras yo explicaba un tema o lo cantaba, entendí totalmente que lo que yo les mostraba allí al auditorio: el material “Precorralito”, historias de Villa Soldati, la murga y los travestis ganando la calle, los candombes argentinos milongueados de raíz afro y afines que comenzaban a resonar con fuerza y memoria por aquellos años; a esta mujer le sonaron a que le iban a derribar el mural que había gustado de construir en su imaginario medio pelo. Me hubiera gustado mucho explicarle, si hubiera podido, que los ideales de lucha social que ella añoraba como traídos por los europeos ancestros de sus amores a la tierra donde nació; los había plantado con manos afro argentinas un movimiento llamado “Democracia Negra”, liderado por trabajadores y artistas de ascendencia africana que incluso bautizaron a su pasquín en 1858 como “El Proletario”. Pero no se dio y no creo que nos hubiéramos puesto de acuerdo, porque hubiéramos llegado a Perón y ahí se hubiera podrido, porque es cierto que los españoles no entendían al peronismo, pero hay que atender antes a quienes se lo intentaron explicar, sobre todo a los españoles progresistas digo…Parecido a entender a que huele París realmente, al perfume del que los tilingos te cuentan cuando viajan o sueñan o al meo de sus esquinas, sus basuras sin recoger, a la escasez de desodorante en sus trenes o ese lindo olor a “Catinga” de la real París negra y árabe que suda.
Para cierre, recurro acerca de estas experiencias con ciertos prototipos argentinos en España y Europa, a don Arturo Jauretche; en cuya obra abrevo desde muy pibe y a la que siempre retomo con avidez y alegría. En este texto escrito en 1966, el maestro escribe sobre los que emigraron no por la necesidad, sino por ser “ventajitas” y expone:
“…tampoco se trata del estudioso que va buscando la oportunidad de perfeccionarse y después vuelve y nos trae el aporte de algunas experiencias y técnicas…este es otro mal que he mencionado en “Los Profetas del Odio”: El militar iba a Alemania, y volvía con mentalidad germánica…El artista a Francia, y vivía después aquí como un desterrado igual que la vieja clase de la divisa fuerte; Todos como si el sastre que les confeccionaba la ropa allá, les confeccionase la cabeza. Son males del colonialismo mental”.
Y nos vamos entendiendo entonces de que clase de gente estoy hablando, porque la mina esta de la que me ocupé, son de las que vuelven con los alfileres del maniquí cualunque en el bocho pero son de diseño, ¿viste?. Hay salidas y salidas de Ezeiza, alguna gente se “exilia” en Europa para vender empanadas, limpiar casas ajenas o incluso revolver los container de basura, pero el país de “M” es este. Por fortuna nunca me compré esos espejitos de colores, me encargué, eso sí, de pintar los míos sin romperlos ni pigmentarlos de moda. Ezeiza como medio, nunca debería ser un fin.
Besos de esquina y abrazos de cancha.
Télam.